sábado, 25 de mayo de 2013

CORROMPE OLAS

O Co-Rompeolas, que en el instante de leerlo, y escucharlo, vendría a ser lo mismo. Si uno tuviera que diseñar ésta temprana crónica de madrugada  para su TRILOGIA DE DONOSTIA, seguiría ensamblando ese afortunado centenario que coincide con los de Wagner y Verdi, figuras desmedidas del planeta musiquero, que no por llegar del horizonte clásico dejan de ser vorazmente interesantes. Pero la crónica la protagonizamos nosotros, esos seis sinvergüenzas que enredados  bautizamos PARA QUE ENGAÑARNOS, y que junto a Enrike hemos cruzado el siglo. Hoy la apuesta tenia una reivindicación ciudadana, por aquello de cimentar la capitalidad cultural de Donostia-2016, ya adjudicada.

Cinco de la tarde, plaza de Jolastokieta, Altza. Nos abraza el viento, pero no llueve. Sobre las piedras de ese patio interior al que han adosado un graderío, y junto a una tienda para-todo que lleva un uruguayo solvente y dicharachero, comenzamos a montar nuestro edificio musical. Dos mujeres , quizás salidas de sus televisores, o de la siesta, o de un buen polvo sabatino, levantan las persianas para contemplar a un puñado de insolentes agredir sus silencios. Cientos de niños corren por los alrededores, celebrando el cumpleaños de alguno de ellos, todos cumplimos años todos los días. Tomamos cafés en un previo, Kami y Juan eligen cerveza, y comenzamos a cumplimentar nuestro repertorio. Nos aplauden, dicen que suena bien, pero el viento descompone los atriles, y los niños, también algunos padres, recogen las hojas que se ha llevado el viento.  Una hora, una docena de canciones, previamente había estado actuando un cantautor irlandés afincado por aquí, que dice que “a continuación actuaran, un aplauso para ellos, ………..(alguien le susurra el nombre), Para Que Engañarnos, que no lo sé”. Termina el menú musical, y nos piden un cumpleaños feliz, los niños se amontonan junto a la batería, la golpean, cantan sus zorionak, algunos optamos por ir recogiendo el material.

Ocho de la noche, estación del Metro de Herrera. Cualquier sábado de cualquier año de cualquier mes de cualquier lugar. Apenas hay movimiento de gentes, hacemos el traslado de todo el equipamiento sonoro al interior de la estación. La cristalera nos cobija, unas luces interior y exterior preciosas, no hay paraguas, la banda que pregona alcohólicamente sus propuestas ha traído una bolsa de cervezas, esa es la ración de drogas que aporta ésta banda de rock y sucedáneos. La escena merece un sugerente aplauso, el ambiente es familiar, y el concierto resulta muy distendido, los chicos de los vientos, Agus al saxo, Aingeru en la trompeta, además de la sección rítmica, Kami al bajo, Juan en la batería (en su gran despedida), ejercen de titulares y todo termina en un tono muy corrompiendo olas. Porque después cada uno se va a su casa, nos vamos a casa, sin olas que surfear, sin palabrotas que repetir. 


Wagner y Verdi, cada cual a su manera, también cristalizaron una vida musical difusa. A nosotros nos gustaría cumplir 100 años en los escenarios, aunque tuviéramos que estar corrompiendo olas solamente con nuestras canciones.